¿La verdad sobre Leandro?
- liserguia
- 13 jun 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 23 jun 2018
Si me preguntaran por aquel sentimiento que recorrió mi ser en aquella clase, con honestidad respondería con la palabra “incertidumbre”. Si, esa sería mi elección. Y como no iba a serlo, si ni bien ingresar por la puerta del salón 4 ese miércoles por la tarde, y verla a ella de pie, mi cabeza se lleno de incógnitas por responder acompañadas de otras emociones mayoritariamente vinculadas con la duda. Esta sensación de “incertidumbre” era compartida por casi todos mis compañeros, quienes a través de miradas, gestos y algún que otro ademan con las manos, reflejaban el incesante deseo de querer obtener respuestas en ese preciso instante.
El centro de tanta conmoción emocional era Yamila. Quien permanecía de pie junto a un astuto profesor, que al percatarse de antemano de todos los rumores que circulaban en torno a la vida personal de su alumna, decidió tomar al toro por las astas, y pedirle que se parara junto a él a los pocos minutos de haber iniciado su asignatura.
Nadie decía nada. El silencio era dueño y señor de ésta habitación. Sin embargo, todos comunicaban cientos y cientos de mensajes al mismo tiempo:
Nicolás jugaba con las puntas de su pelo intentando aliviar la tensión, Alejandro refregaba ya de manera casi frenética la franela sobre los cristales de sus lentes, mientras que Lucas, se limitaba a dirigir la vista hacia el frente desvaneciendo su mirada en la silueta femenina ,como aguardando a que alguna declaración se escapara de sus labios.
Yo por mi parte me quedé petrificado durante unos cuentos segundos en la entrada. Había llegada tarde, y eso me permitió observar todo desde una perspectiva algo más distante, a esa recreación de tribunal de la suprema corte que se había generado.
Tras percatarse de que yo la observaba con detenimiento, la mirada de Yami se desplazaba de un lugar a otro sin destino alguno. Lucía cansada, agotada, como si algo la persiguiera. Probablemente ese “algo” eran las constantes acusaciones tacitas de sus colegas, y los cuestionamientos de sus tutores universitarios que desde hace un tiempo a esta parte, no dejaban de ultrajarla con preguntas, hasta ese entonces, sin contestación por parte de su persona, y con incriminaciones aunque algo entendibles, para nada comprobables.
Una palabra. Más bien un nombre. Siete letras. Bastaron para girar su vida 360 grados, y situarla en el ojo del huracán de no solo esa materia, sino de todas: Leandro.
Ya eran dos semanas desde que había desaparecido y ni rastros de su paradero. La única certeza que se tenía, era que la última persona en tener contacto con él había sido Yamila, debido a compartir la misma parada de colectivo.
Pese a que no se tenía ningún tipo de certeza de que ella hubiera sido cómplice en el desvanecimiento de Leandro, el grupo no le perdonaba que estuviera vinculada con la desaparición de uno de sus integrantes, y así se lo hicieron notar a través de las múltiples expresiones de desprecio, cuando se encontraba en el frente.
“¿Alguien quiere un mate?” fue la expresión que resquebrajo el nerviosismo que ya nos estaba llegando hasta el cuello a todos. No recuerdo quien la formulo, pero pese a la respuesta negativa en conjunto, se lo agradezco. Ya que algo tan simple como una petición colectiva para una infusión, sirvió para desestresar un poco el ambiente tan pesado que se venía llevando a cabo desde el principio de la clase.
Expectantes, yo inclusive (ya ubicado en mi asiento habitual), el curso entero aguardaba por algún desenlace. Imaginábamos que iba a manifestar algo. Unas palabras, un testimonio, alguna frase; o por lo menos que el profesor, que en definitiva era el responsable de que estuviera ahí parada en lugar de en su pupitre mucho menos expuesta, le iba a formular algún interrogante. Pero no. Nada aconteció. Fue como si ese silencio espectral del que ya les comente unas líneas atrás, cobrara vida y nos amenazara con no emitir ningún tipo sonido.
De repente, en un abrir y cerrar de ojos, el docente efectuó un gesto hacia otra persona, que curiosamente, se hallaba del otro lado de la ventana. Más concretamente en el pasillo que conducía a los otros salones.
Tal vez se trataba de otro maestro colega a quien solo saludó. Puede ser que haya sido algún ex alumno de años anteriores que se acordó de él.
Quizás era alguno de los investigadores que se encuentran averiguando acerca de la misteriosa desaparición de nuestro compañero.
La realidad es que no lo sabemos. Aún seguimos a la expectativa de descifrar su identidad, y me imagino que también.

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